EL NOMBRE DEL SEÑOR
Lee Éxodo 3:13 al 22. ¿Por qué quería Moisés conocer el nombre de Dios y qué significa su pedido?
Éxodo 3:13-22
13 Dijo Moisés a Dios: He aquí que llego yo a los hijos de Israel, y les digo: El Dios de vuestros padres me ha enviado a vosotros. Si ellos me preguntaren: ¿Cuál es su nombre?, ¿qué les responderé? 14 Y respondió Dios a Moisés: YO SOY EL QUE SOY. Y dijo: Así dirás a los hijos de Israel: YO SOY me envió a vosotros. 15 Además dijo Dios a Moisés: Así dirás a los hijos de Israel: Jehová,[a] el Dios de vuestros padres, el Dios de Abraham, Dios de Isaac y Dios de Jacob, me ha enviado a vosotros. Este es mi nombre para siempre; con él se me recordará por todos los siglos. 16 Ve, y reúne a los ancianos de Israel, y diles: Jehová, el Dios de vuestros padres, el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, me apareció diciendo: En verdad os he visitado, y he visto lo que se os hace en Egipto; 17 y he dicho: Yo os sacaré de la aflicción de Egipto a la tierra del cananeo, del heteo, del amorreo, del ferezeo, del heveo y del jebuseo, a una tierra que fluye leche y miel. 18 Y oirán tu voz; e irás tú, y los ancianos de Israel, al rey de Egipto, y le diréis: Jehová el Dios de los hebreos nos ha encontrado; por tanto, nosotros iremos ahora camino de tres días por el desierto, para que ofrezcamos sacrificios a Jehová nuestro Dios. 19 Mas yo sé que el rey de Egipto no os dejará ir sino por mano fuerte. 20 Pero yo extenderé mi mano, y heriré a Egipto con todas mis maravillas que haré en él, y entonces os dejará ir. 21 Y yo daré a este pueblo gracia en los ojos de los egipcios, para que cuando salgáis, no vayáis con las manos vacías; 22 sino que pedirá cada mujer a su vecina y a su huéspeda alhajas de plata, alhajas de oro, y vestidos, los cuales pondréis sobre vuestros hijos y vuestras hijas; y despojaréis a Egipto.
Dios se presenta a Moisés como eheyeh asher ‘eheyeh, que significa literalmente: “Yo seré quien seré” o “Yo soy quien soy”. En Éxodo 3:12, Dios utiliza el mismo verbo (‘eheyeh) que en el versículo 14, cuando dice a Moisés: “Estaré (‘eheyeh) contigo”. Esto significa que Dios es eterno. Es el Dios trascendente y a la vez cercano que habita con los “contritos y humildes de espíritu” (Isa. 57:15).
“Yahvé”, el nombre propio de Dios (traducido en las versiones bíblicas normalmente como “el Señor”), era conocido por el pueblo de Dios desde el principio, aunque no percibieran su significado más profundo. Moisés también conocía el nombre “Yahvé”, pero, al igual que los demás, desconocía su verdadero significado. Su pregunta “¿Cuál es tu nombre?” es una indagación acerca de ese significado más profundo.
Una pista útil acerca de esto se encuentra en Éxodo 6:3, donde Dios declaró: “Me aparecí a Abraham, a Isaac y a Jacob como Dios Todopoderoso, pero por mi nombre el Señor no me di a conocer plenamente a ellos” (Éxo. 6:3, NVI). Esto no significa que Adán, Noé, Abraham y los patriarcas no conocieran el nombre “Yahvé” (ver Gén. 2:4, 9; 4:1, 26; 7:5; 15:6-8; etc.). Significa, en cambio, que no conocían su significado más profundo.
Su nombre, “Yahvé”, indica que es el Dios personal, el Dios de su pueblo, el Dios del pacto. Es un Dios cercano, íntimo, que interviene en los asuntos humanos. El Dios todopoderoso (Gén. 17:1) interviene milagrosamente con su poder. Pero el nombre divino “Yahvé” destaca su poder moral mediante el amor y el cuidado. Es el mismo Dios que Elohim (“Dios poderoso, fuerte, trascendente”, el “Dios de todos los pueblos”, “el Gobernante del universo”, “el Creador de todo”), pero el nombre mismo “Yahvé” revela diferentes aspectos de su relación con la humanidad.
Conocer el nombre de Dios o invocarlo no es algo mágico. Se trata de una proclamación acerca de quién es y de lo que significa enseñar a los demás la verdad relativa a él y a la salvación que ofrece a quienes acuden a él con fe. Como dice Joel: “Y todo el que invoque el nombre del Señor será salvo” (Joel 2:32).
¿Cómo has experimentado en tu propia vida la cercanía a Yahvé y la intimidad que desea tener con quienes se entregan a él?
ESPÍRITU DE PROFECÍA
Había llegado el momento cuando Dios trocaría el báculo del pastor por la vara de Dios, a la cual haría poderosa para el cumplimiento de señales y maravillas, para librar a su pueblo de la opresión y para preservarlos cuando fuesen perseguidos por sus enemigos. «Entonces Moisés respondió a Dios: ¿Quién soy yo para que vaya a Faraón, y saque de Egipto a los hijos de Israel? Y él respondió: Ve, porque yo estaré contigo; y esto te será por señal de que yo te he enviado: cuando hayas sacado de Egipto al pueblo, serviréis a Dios sobre este monte. Dijo Moisés a Dios: He aquí que llego yo a los hijos de Israel, y les digo: El Dios de vuestros padres me ha enviado a vosotros. Si ellos me preguntaren: ¿Cuál es su nombre?, ¿qué les responderé? Y respondió Dios a Moisés: YO SOY EL QUE SOY. Y dijo: Así dirás a los hijos de Israel: YO SOY me envió a vosotros. Además dijo Dios a Moisés: Así dirás a los hijos de Israel: Jehová, el Dios de vuestros padres, el Dios de Abraham, Dios de Isaac y Dios de Jacob, me ha enviado a vosotros. Este es mi nombre para siempre; con él se me recordará por todos los siglos» (Spiritual Gifts, t. 3, pp. 188, 189).
En la creación del hombre resulta manifiesta la intervención de un Dios personal. Cuando Dios hubo hecho al hombre a su imagen, el cuerpo humano quedó perfecto en su forma y organización, pero estaba aún sin vida. Después, el Dios personal y existente de por sí infundió en aquella forma el soplo de vida, y el hombre vino a ser criatura viva e inteligente. Todas las partes del organismo humano fueron puestas en acción. El corazón, las arterias, las venas, la lengua, las manos, los pies, los sentidos, las facultades del espíritu, todo ello empezó a funcionar, y todo quedó sometido a una ley. El hombre fue hecho alma viviente. Por medio de Cristo el Verbo, el Dios personal creó al hombre, y lo dotó de inteligencia y de facultades.
Nuestra sustancia no le era oculta cuando fuimos hechos en el misterio; sus ojos vieron nuestra sustancia por imperfecta que fuera, y en su libro todos nuestros miembros estaban anotados, aun cuando ninguno de ellos existiera todavía (El ministerio de curación, pp. 322, 323).
Si Dios hubiera deseado que se le representara como morando personalmente en las cosas de la naturaleza, en la flor, el árbol, la brizna de hierba, ¿no habría hablado Cristo de esto a sus discípulos cuando estaba en la tierra? Pero nunca se habló así de Dios en las enseñanzas de Cristo. Cristo y los apóstoles enseñaron claramente la verdad de que existe un Dios personal.
Cristo reveló todo lo que de Dios podían soportar los seres humanos pecaminosos sin ser destruidos. El es el Maestro divino, el Iluminador. Si Dios hubiera considerado que necesitábamos otras revelaciones que las hechas por Cristo y las que hay en la Palabra escrita, las habría dado (Testimonios para la Iglesia, t. 8, p. 278).