Domingo 13 de julio 2025

¿QUIÉN ES EL SEÑOR?

Domingo 13 de julio 2025 Escuela Sabática para Maestros

Tras las órdenes de Dios, Moisés se presenta ante el faraón para iniciar el proceso en virtud del cual él sacaría de Egipto al pueblo de Dios (Éxo. 3:10).

¿Cuál fue la respuesta del faraón a la exigencia divina: “Deja ir a mi pueblo” (ver Éxo. 5:1, 2) y qué es lo significativo de su respuesta?

Éxodo 5:1-2

1 Después Moisés y Aarón entraron a la presencia de Faraón y le dijeron: Jehová el Dios de Israel dice así: Deja ir a mi pueblo a celebrarme fiesta en el desierto. Y Faraón respondió: ¿Quién es Jehová, para que yo oiga su voz y deje ir a Israel? Yo no conozco a Jehová, ni tampoco dejaré ir a Israel.

“¿Quién es el Señor?”, declara el faraón, no con el deseo de conocerlo, sino como un acto de desafío o incluso de negación de Dios, a quien admite que no conoce.

“Yo no conozco al Señor”, dice, casi como un alarde.

¿Cuántas personas han dicho lo mismo a lo largo de la historia? Cuán trágico es eso porque, como dijo el mismo Jesús: “Y esta es la vida eterna, que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien tú has enviado” (Juan 17:3).

Egipto, con el faraón como rey, representa un poder que niega la presencia y la autoridad de Dios. Es una entidad que se opone a Dios, a su Palabra y a su pueblo.

La siguiente declaración del faraón (“tampoco dejaré ir a Israel”) pone aún más de manifiesto esta rebelión contra el Dios vivo, convirtiendo a Egipto en un símbolo no solo de la negación de Dios, sino de un sistema que lucha contra él.

No es de extrañar que muchos vieran esta misma actitud, milenios después, en la Revolución Francesa (ver también Isa. 30:1-3; Apoc. 11:8). El faraón creía ser una deidad o el hijo de un dios, claro ejemplo de la pretensión de que el poder, la fuerza y la inteligencia propios son supremos.

“De todas las naciones mencionadas en la historia bíblica, fue Egipto la que con más osadía negó la existencia del Dios vivo y resistió sus mandatos. Ningún monarca se aventuró jamás a rebelarse tan osada y altaneramente contra la autoridad del Cielo como el rey de Egipto. Cuando se presentó Moisés ante él para comunicarle el mensaje del Señor, el faraón contestó con arrogancia: ‘¿Quién es Jehová, para que yo oiga su voz y deje ir a Israel? Yo no conozco a Jehová, ni tampoco dejaré ir a Israel’ (Éxo. 5:2). Esto es ateísmo; y la nación representada por Egipto iba a oponerse de un modo parecido a la voluntad del Dios vivo, y manifestaría el mismo espíritu de incredulidad y provocación” (Elena de White, El conflicto de los siglos, p. 312).

Si alguien te preguntara si conoces al Señor, ¿qué le responderías? Si tu respuesta fuera afirmativa, ¿cómo lo describirías y por qué?

ESPÍRITU DE PROFECÍA

Cuando el hombre quebrantó la ley divina, su naturaleza se hizo mala y llegó a estar en armonía y no en divergencia con Satanás. No puede decirse que haya enemistad natural entre el hombre pecador y el autor del pecado. Ambos se volvieron malos a consecuencia de la apostasía. El apóstata no descansa sino cuando obtiene simpatías y apoyo al inducir a otros a seguir su ejemplo. De aquí que los ángeles caídos y los hombres malos se unan en desesperado compañerismo. Si Dios no se hubiese interpuesto especialmente, Satanás y el hombre se habrían aliado contra el cielo; y en lugar de albergar enemistad contra Satanás, toda la familia humana se habría unido en oposición a Dios…

Lo que enciende la enemistad de Satanás contra la raza humana, es que ella, por intermedio de Cristo, es objeto del amor y de la misericordia de Dios. Lo que él quiere entonces es oponerse al plan divino de la redención del hombre, deshonrar a Dios mutilando y profanando sus obras, causar dolor en el cielo y llenar la tierra de miseria y desolación. Y luego señala todos estos males como resultado de la creación del hombre por Dios (El conflicto de los siglos, pp. 495, 496).

Durante los cuarenta años que siguieron a la huida de Moisés de la tierra de Egipto, la idolatría pareció haber vencido en la lucha. Año tras año las esperanzas de los israelitas iban desfalleciendo. Tanto el rey como el pueblo se regocijaban de su poder y se burlaban del Dios de Israel. Este espíritu creció hasta llegar a su mayor exaltación en el Faraón a quien enfrentó Moisés. Cuando el caudillo hebreo se presentó ante el rey con un mensaje de «Jehová, el Dios de Israel», no fue su ignorancia acerca del Dios verdadero la que le sugirió la respuesta, sino que desafió el poder de Dios al responder: «¿Quién es Jehová, para que yo oiga su voz… ? Yo no conozco a Jehová». Desde el principio hasta el fin, la oposición de Faraón al mandato divino no fue resultado de la ignorancia, sino del odio y de un espíritu de desafío.

Aunque los egipcios habían rechazado durante tanto tiempo el conocimiento de Dios, el Señor todavía les ofreció la oportunidad de arrepentirse. En los días de José, Egipto había servido de asilo para Israel; Dios había sido honrado en la bondad mostrada a su pueblo; por lo tanto, el Paciente, tardo para la ira y lleno de compasión, dio a cada castigo tiempo para realizar su obra; los egipcios, maldecidos por las mismas cosas que adoraban, tuvieron evidencia del poder de Jehová, y todos los que quisieron, pudieron someterse a Dios y escapar a sus azotes. El fanatismo y la terquedad del rey dieron por resultado la divulgación del conocimiento de Dios y muchos egipcios, atraídos a él, se dedicaron a servirle (Historia de los patriarcas y profetas, pp. 344, 345).


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